La vida moderna es un espejismo borroso, una cadena de momentos inconexos y rutinas banales. Unos "me gusta" por aquí, un par de hashtags por allá. Y si quieres expresar tus emociones más profundas, solo necesitas añadir un emoticono. Tras decenas de miles de años de evolución de la especie, hemos quedado reducidos a una sucesión interminable de tonterías expuestas en redes sociales. La evolución se ha detenido y nos hemos quedado despojados de nuestro legado. Hemos llegado hasta aquí, sí: pero ¿para qué?
La vida moderna es un espejismo borroso, una sucesión de momentos inconexos y rutinas banales.
Ha llegado el momento de deslizar hacia la izquierda la pantalla postmoderna de nuestra existencia. De tirar al suelo el smartphone y olvidarte de él para siempre. De la introspección, del reconocimiento de nuestros instintos primitivos, la lucha por la supervivencia, el ADN ancestral desbocado. El caos es el orden. Y el orden es el caos.
De tirar al suelo el smartphone y olvidarte de él para siempre.
La vida queda reducida a la existencia y los elementos, un duelo constante frente a la ley de la gravedad y la inercia. Un grito primitivo que no cesa. Nada importa. Solo la velocidad.
La vida queda reducida a la existencia y los elementos, un duelo constante frente a la ley de la gravedad y la inercia. Un grito primitivo que no cesa. Nada importa. Solo la velocidad.
El primate bípedo pone un pie sobre el pedal y en el silencio retumba el crujir de sus vértebras. Inhalar, exhalar. Inhalar, explotar. Triturar las bielas con fiereza, el músculo contra el metal, jamás rendirse, las piernas se turnan para generar velocidad. Para crear velocidad pura y dura.
La tierra que hollamos está pendiente a nuestro avance
En ese momento, la vida vuelve a despojarse de todo lo accesorio y se convierte en un punto cualquiera en el horizonte que al instante se ve reemplazado por otro punto de enfoque aleatorio. El control es una ilusión que únicamente el amo puede dominar: Dos ojos inyectados de sangre siguen un túnel de ráfagas de luz rodeado de un caledoiscopio de colores. Árboles, ramas, hojas... todo se convierte en un encuadre que embellece y enmarca un Nuevo Orden Mundial de aceleración y agilidad.
La tierra que hollamos está pendiente a nuestro avance en un esfuerzo incansable, feroz y etéreo a la vez. Cada piedra, cada bache, solo tiene una razón para existir: Contribuir por un instante al avance imparable del amo hasta su destino, un lugar donde el tiempo y la historia se reducen al presente, a un puñado de segundos que son los que importan.
El universo se estrecha, se convierte en un agujero negro invertido donde los segundos fugaces se expanden en una existencia de posibilidades. Cada parpadeo desprende una lágrima que marca una época en una nueva era de velocidad, un nuevo amanecer donde dos piernas y dos ruedas marcan su propio destino. Es la Era de la Velocidad, donde la razón y el raciocinio se reducen al montón de escombros humeantes al que queda reducida la obra humana. Es justo el lugar donde la ley de la gravedad se rinde al dominio de la Ransom.
