Más adelante en esta misma arista vemos a Max, con su mochilón y la bicicleta sobre el hombro, mientras afronta un tramo de la máxima dificultad. Se desplaza con toda la calma y la precisión de un montañero suizo: ni un paso en falso, ni un resbalón, sin desperdiciar ni una caloría de energía. McNab me comenta“Madre mía, no me imaginaba que Max fuera capaz de subir por ahí, y mucho menos en cabeza del grupo. Yo solo había apoyado el pie en dos promontorios, y ya estaba pensando dónde le iba a decir que se podía meter la ruta.” Y yo le respondo: “Bueno, no le digas nada ahora, que ya casi está casi arriba”. Terminamos las fotos y nos dirigimos pedaleando hacia el paso más difícil. Nos colocamos de manera que podamos pasarnos las bicis con la mano. Cuando descubrió que había sido el primero en cruzar el paso técnico más complicado de toda la ruta y que McNab no lo había preparado, a Max le dio un subidón de moral.
Por este tipo de momentos, por esta manera de superar la adversidad; por eso estábamos ahí. Esto era nuestro concepto de aventura. En términos metafóricos, se podía decir que habíamos salido de un lugar donde nos sentíamos seguros, nos habíamos adentrado en lo desconocido y habíamos terminado la aventura con nuevos conocimientos. Era nuestra versión montañera y alpina de un viaje heroico; estábamos reviviendo una historia tan antigua como la humanidad. Éramos vulnerables, estábamos completamente a merced de la montaña, de las inclemencias meteorológicas, de la dinámica del grupo, del equipamiento y de nuestras habilidades. Pero justo para eso habíamos venido hasta aquí…