Con las espectaculares vistas de Wellington a nuestros pies, no parecía tampoco una ruta de aventura, pero sí nos permitió disfrutar a fondo del viento implacable por el que es famosa esta ciudad. Había tramos a resguardo de los vientos costeros de poniente que tenían los molinos de viento girando a toda pastilla, pero también había lugares donde había que pelearse con la bici para no caerse, muchas veces sin éxito. Por suerte, una caída en un camino suele acabar en un compañero que te ayuda a levantarte para continuar y no en una ambulancia, como tantas veces sucede en carretera abierta.
Ese mismo día, mientras comentábamos con un lugareño la fuerza del viento que nos obligaba a poner las bicicletas casi de lado para poder seguir pedaleando, el hombre nos preguntó: “Pero, ¿habéis aguantado subidos en la bici?" Cuando le dijimos que sí pudimos, nos contestó: "Entonces es que no hacía viento.”
Hicimos lo que pudimos, y al final recorrimos 60 km, con casi 2000 metros de ascenso acumulado. Estábamos agotados; en una palabra, ¡satisfechos!
Wellington, no estás nada mal.
Aquí puedes ver mapas de la ruta que seguimos.