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Gravel Tripping

La historia original se publicó enCycling Tips.

A unos 200 metros de la costa vemos a un grupo de delfines y una orca nadando lentamente por la superficie del mar azul, como si supieran que estábamos allí. Un espectáculo tan majestuoso sería algo extraordinario en cualquier salida en bicicleta en cualquier otro lugar del planeta, pero aquí en la costa de la ruta de Rimutaka es algo habitual.

Wellington se encuentra en el extremo inferior de la isla del Norte de Nueva Zelanda, y es famosa por el viento que la azota y por las inclemencias meteorológicas. Sin embargo, cuando hablas con los lugareños, te quedas con la impresión de que tampoco es para tanto. He estado allí dos veces en mi vida, seis días en total, y todavía no he visto nada que me invitara a irme a otro sitio.



Para mí, Wellington guarda un parecido sorprendente con Hong Kong, pero a una escala de 1/1000. A lo mejor es por las colinas que rodean el puerto, por las carreteras, por los muros de contención que domestican el paisaje o por las casas y los edificios colgados sobre la ciudad. Pero aquí es donde acaban las semejanzas. La vida nocturna trepidante, la abundancia de cafeterías, la industria de alta tecnología y la cultura de la vida al aire libre hacen de Wellington una versión neozelandesa de San Francisco, pero sin tanta gente por la calle.

Wellington también acoge una floreciente industria cinematográfica, conocida como Wellywood, en gran parte gracias a Peter Jackson, director de El Señor de los Anillos.

También nos dijeron que Scarlett Johansson estaba en Wellington rodando Ghost in the Shell. Nuestro fotógrafo Tim dio rienda suelta a su fascinación por la señorita Johansson y nos pasamos toda la semana preguntando a todo el que parecía estar ‘al tanto’ dónde podríamos colarnos para verla. Le enviamos un tuit a nuestra estrella de cine para preguntarle si se apuntaba a salir con la bicicleta, pero no nos respondió: captamos el mensaje a la primera.


Fuimos a Wellington con la intención de recorrer la ruta de Rimutaka, una red de carreteras asfaltadas, carriles bici, caminos de tierra, una antigua línea ferroviaria y veredas sin grandes complicaciones técnicas. Con esta variedad de terrenos, lo lógico era optar por una bicicleta de ciclocross que nos permitiera conquistar de manera cómoda y eficaz la ruta circular de 140 km que nos disponíamos a afrontar. La distancia no parece gran cosa, pero tiene miga, porque tiene mucho que ver y hay tantos paisajes increíbles que te invitan a bajarte de la bici y pararte a admirar el entorno.

Las cosas claras: yo soy un purista del ciclismo, tanto del de carretera como del de montaña. A mí no me va eso de “vamos a echar la bici de carretera para recorrer caminos de montaña ” porque sí. Si eliges una bicicleta de carretera para ir por terreno que te pide una bicicleta de montaña, no estás haciendo bien las cosas. Lo mismo pasa cuando te pones a circular por una carretera asfaltada subido a una bicicleta de montaña. Apenas he utilizado bicicletas de ciclocross, excepto para competir, pero siempre me ha llamado la atención utilizarla también para terrenos más exigentes o para veredas suaves.

En mi trayectoria como ciclista, hubo una época en que me negaba a salir por caminos de tierra. No era por cuestiones de tecnología de la bicicleta, sino más bien una actitud. Para mí, salir con la bicicleta era entrenar, y no quería nada que pudiera interferir con mis series. Hoy en día prácticamente ya no compito, y por eso veo que los caminos de tierra y las veredas presentan una cantidad ilimitada de oportunidades. Cuando pienso en la época en la que me dedicaba a la competición, me lamento de haber desaprovechado tantas oportunidades de conocer sitios tan bonitos a los pedales.

Era la primera vez que me disponía a montar por diferentes tipos de superficie. Ahora que ya he pasado la prueba, tengo muy claro que las bicicletas de ciclocross también sirven fuera de la competición y para vivir aventuras.



DÍA 1 — SKYLINE

A tan solo 15 minutos del centro de la ciudad de Wellington encontramos una de las mejores redes de caminos que he visto en mi vida tan cerca de un entorno urbano. Los lugareños nos recomendaron hacer una circular por las rutas conocidas como Skyline y Makara Peak.

El primer día de la aventura nos dedicamos a poner a punto las monturas, a soltar piernas y descubrir cuánto se nos había olvidado montar fuera del asfalto después de llevar varios años sin practicar ciclocross ni bicicleta de montaña. Estamos orgullosos de haber elegido las bicicletas de ciclocross porque teníamos previsto recorrer diferentes tipos de superficies, pero ya nos estábamos empezando a plantear si habíamos tomado la decisión correcta. Los caminos no tenían ninguna complicación, ni mucho menos, pero viendo todos los tramos técnicos de vereda, empezaba a preguntarme si no deberíamos habernos decantado por bicicletas de montaña.



Con las espectaculares vistas de Wellington a nuestros pies, no parecía tampoco una ruta de aventura, pero sí nos permitió disfrutar a fondo del viento implacable por el que es famosa esta ciudad. Había tramos a resguardo de los vientos costeros de poniente que tenían los molinos de viento girando a toda pastilla, pero también había lugares donde había que pelearse con la bici para no caerse, muchas veces sin éxito. Por suerte, una caída en un camino suele acabar en un compañero que te ayuda a levantarte para continuar y no en una ambulancia, como tantas veces sucede en carretera abierta.

Ese mismo día, mientras comentábamos con un lugareño la fuerza del viento que nos obligaba a poner las bicicletas casi de lado para poder seguir pedaleando, el hombre nos preguntó: “Pero, ¿habéis aguantado subidos en la bici?" Cuando le dijimos que sí pudimos, nos contestó: "Entonces es que no hacía viento.”

Hicimos lo que pudimos, y al final recorrimos 60 km, con casi 2000 metros de ascenso acumulado. Estábamos agotados; en una palabra, ¡satisfechos!

Wellington, no estás nada mal.

Aquí puedes ver mapas de la ruta que seguimos.


DÍA 2 — POR TIERRA A GLADSTONE

Después de castigar un poco las piernas por los caminos de Skyline a las afueras de Wellington, el segundo día nos adentramos en territorio más desconocido. Ni siquiera sé si la ruta circular que seguimos tiene nombre. Miramos varios mapas de Strava y consultamos varios foros de 4x4 y motociclismo de montaña hasta encontrar esta ruta. Básicamente, era una ruta circular, mitad en tierra, mitad en asfalto, con un desvío por tierra para ver la costa salvaje que teníamos ganas de explorar.

Lo mejor de subir a una bici de cross y dirigirte a la aventura es que la ruta no se parece nada a una salida en bicicleta de carretera o de montaña. Puedes tomártelo con mentalidad de carretera, pero de repente tienes a tu alcance muchísimas rutas que antes no podías hacer, y una combinación infinita de rutas circulares y desvíos alternativos. En países poco poblados como Nueva Zelanda, se abren infinitas posibilidades si estás dispuesto a montar por caminos sin asfaltar.



La ruta de ida y vuelta de Gladstone a Admiral, Pahaoa y Hinakura tiene pocos servicios disponibles y son en total 130 km con una mezcla de carreteras de tierra en excelente estado de conservación en la primera mitad, y asfalto en buenas condiciones en la segunda mitad. Empieza con un buen ascenso que nos tomamos con calma para disfrutar de las vistas a nuestra izquierda, montañas escarpadas y paisajes infinitos hasta donde alcanzaba la vista. Todas las personas que nos encontramos por la ruta nos contaron que el verano había sido extraordinario. La falta de lluvia se notaba en lo seco que estaba el paisaje.

Una de las cosas más increíbles de Nueva Zelanda es ver cuánto cambia el paisaje y la orografía en un espacio tan reducido. Cuando superamos el primer puerto y bajamos suavemente al valle, el paisaje cambiaba espectacularmente a cada curva. Era un auténtico rompepiernas con vistas a las montañas y al mar, y sin cruzarnos con ningún coche. Cada vez que nos deteníamos, estábamos nosotros solos y el sonido del silencio.

Aquí puedes ver mapas de la ruta que seguimos.


DÍA 3 — RUTA DE RIMUTAKA

Esta ruta es la que habíamos venido a ver. Se acabó lo de soltar las piernas, acostumbrarnos a la bicicleta y mejorar nuestras habilidades sobre la bici. ¡Que empiece el espectáculo!

La línea férrea de Rimutaka se construyó en 1871, en el marco de un ambicioso plan del gobierno para construir una red ferroviaria nacional que enlazara las zonas de producción agrícola del interior con puertos importantes como el de Wellington. Cruzar la cordillera era todo un desafío de ingeniería, ya que cavar un túnel que la atravesara resultaba demasiado costoso. Fue una solución provisional que duró 77 años.

La ruta de Rimutaka cruza los bosques de la cordillera de Rimutaka (con algunas veredas espectaculares), atraviesa túneles por la antigua línea ferroviaria (incluidos varias ascensos bastante exigentes, aunque parezca mentira), y luego serpentea por la zona que se conoce como“Costa Salvaje del Sur”.



Empezamos la jornada en un pueblo de la costa, Petone, a unos 15 km de Wellington. Se puede salir desde Wellington, pero entonces se alarga demasiado la ruta: 140 km con salida y llegada en Petone en bicis de cross nos parecía bastante. Si ya has estado antes en Nueva Zelanda, te das cuenta de que no te puedes llegar ni a imaginarte cuántas veces te vas a parar y cuántos momentos únicos vas a vivir.

La ruta de Rimutaka es circular. Se puede empezar en cualquier lugar de la ruta, pero decidimos dirigirnos a Point Howard, al lado de Petone, y hacer el recorrido en el sentido contrario a las agujas del reloj. En muchas guías se recomienda hacer la ruta en el sentido de las agujas del reloj, pero a nosotros eso nos da igual.

Haciendo la ruta así, empezamos por la parte más interesante y dejamos la parte fácil y menos divertida para el final. Al final, fue una decisión acertada. Otra buena opción sería empezar y terminar en Upper Hutt, pero entonces se corre el riesgo de gastar muchas fuerzas antes de llegar a los ascensos y los tramos más exigentes.

Teníamos un día grande por delante y no nos molestamos en informarnos de dónde podíamos avituallarnos, así que teníamos que ser autosuficientes. Echamos abundante comida y agua, además de ropa de sobra por si el tiempo se complicaba. Entre nosotros y la Antártida, la nada más absoluta: tuvimos suerte, y disfrutamos de la Costa Salvaje en todo su esplendor. Con una temperatura de 26ºC y sin el más mínimo atisbo de viento; este tipo de días no son lo más habitual por esta zona, según nos cuentan.

Salimos por la costa hacia el Sur y enseguida tomamos una carretera de tierra muy bien conservada. Con precipicios a la izquierda y el mar azul turquesa a la derecha, íbamos mirando para todos lados hasta que nos dimos cuenta de que había que apretar para llegar antes de medianoche. Quería disfrutar de la experiencia y sentir ese momento, pero también había que tomar fotos y grabar vídeos. Al fin y al cabo, a eso habíamos venido.


Las bicis de cross resultaron ser idóneas para la carretera de la costa. Únicamente nos hubiera venido bien tener otro tipo de montura cuando tuvimos que atravesar un kilómetro de arena negra donde solo nos habría servido una bici con ruedas extragrandes. Caminamos, nos reímos y también soltamos alguna imprecación entre labios, porque no sabíamos cuánto medía el tramo aquel. Por suerte, solo fue un pequeño contratiempo, lo suficiente para luego tener algo de lo que acordarnos.

Poco después, como si fuera un espejismo, apareció un camping con zonas de sombra, agua y la sensación de haber vuelto a la civilización. Hablamos con otro ciclista que iba en sentido contrario en una bicicleta de montaña. Nos dijo lo que nos quedaba por delante, y dónde había una tiendecita perfecta para parar a tomar un helado.

Después de los caminos de tierra suave, la arena negra, la vereda serpenteante y algunos tramos de roca suelta, nos tocaba seguir una carretera asfaltada para volver tierra adentro. Dave y yo no podíamos pensar en otra cosa que no fuera el helado, pero después de casi una hora por asfalto y tras desviarnos hacia la cordillera de Rimutaka, nos quedamos con la miel en los labios.



Esperábamos un ascenso infernal por la antigua vía férrea de Rimutaka, con tramos de aproximadamente el 7 % durante 5 km, una pendiente más que notable para un tren (tirado por una locomotora Fell). Pero estábamos bien equipados, y apenas nos costó trabajo. Lo que más nos llamó la atención fue la densidad de los bosques y los túneles completamente a oscuras que medían cerca de un kilómetro, una sensación un tanto particular cuando vas sin luces. Cada cierta distancia había carteles que explicaban la historia de la línea férrea:

“Las locomotoras Fell iban forzadas y soltaban una humareda formidable. Las chispas que salían por las chimeneas de las locomotoras incendiaron el bosque varias veces y dejaron detrás un paisaje de monte bajo.”



La vía férrea de Rimutaka atraviesa una zona especialmente castigada por el viento que los trabajadores del ferrocarril bautizaron como Siberia. Los vientos son tan fuertes que una vez hicieron descarrilar a un tren:

“El único accidente con víctimas que ocurrió en la pendiente de Rimutaka fue en la zona de Siberia. El 11 de septiembre de 1880, una ráfaga de viento cruzado hizo descarrilar tres vagones por un terraplén, en un accidente que se cobró la vida de cuatro niños y causó lesiones en otros pasajeros ... Los coches quedaron colgando de la locomotora, que consiguió mantenerse sobre los raíles gracias al agarre de la máquina Fell.”

Lo normal es que hubiéramos tenido viento de cola al subir la pendiente de Rimutaka, pero en esta ocasión solo se oía el silencio del camino que íbamos dejando atrás. Ni la más mínima ráfaga de viento.


La pendiente de Rimutaka es una obra de ingeniería impresionante, pero los periódicos de la época la consideraban un “maldito embudo” y un “viaje monótono y agotador”. Si nos preguntas a cualquiera de nosotros, te diremos que es un paraíso para ciclistas.

En la cima había un sitio precioso para descansar, pero íbamos ya con retraso y seguimos adelante. Todavía nos quedaban unos 60 km y no sabíamos qué nos quedaba por delante.

El descenso al otro lado de la cordillera nos trajo un cambio de paisaje: ahora estábamos rodeados de pinares y ríos por los que bajaba el camino del ferrocarril. A estas alturas de la ruta estábamos luchando para que no se nos hiciera de noche, y lo que habíamos visto ya nos había impresionando tanto que no nos parecía tan importante detenernos a echar fotos por muy espectacular que fuera el paisaje.



Como suele suceder, poco a poco empezaron a surgir problemas. A Tim se le desinfló una rueda una vez, sin mayor problema, y luego otra vez, y otra vez, hasta que descubrimos que la cubierta estaba rajada. A esas alturas ya habíamos agotado todas las cámaras de repuesto que teníamos. Todavía nos quedaban 30 km para llegar a la furgoneta, el sol se ponía irremisiblemente por detrás de las montañas y decidimos dirigirnos a la estación de tren más próxima para dar por concluida la jornada.

Por suerte, encontramos una estación a pocos kilómetros, pero había que esperar más de dos horas hasta que pasara el siguiente tren. La única opción era dejar ahí a Tim mientras Dave y yo íbamos a buscar la furgoneta para volver a recogerlo.


A estas alturas Dave y yo estábamos fundidos, pero mantuvimos un buen ritmo por los carriles bici que siguen el curso del río Hutt hasta llegar a Petone. Fue uno de esos atardeceres espectaculares que se quedan en la memoria de salidas épicas mientras de vuelta a la furgoneta recorríamos una mezcla de carriles bici asfaltados, caminos de tierra y algún que otro tramo de vereda.

Cuando volvimos a por él, Tim ya había encontrado la tiendecita que nos habían comentado, y disfrutaba de un helado mientras ojeaba una revista de famoseo con Scarlett Johansson en la portada.

Ya había anochecido por completo y teníamos esperanzas de llegar a Wellington antes de que cerrara el mercado, ya que era nuestra última noche. Pero lo que hicimos al final fue ir a nuestra hamburguesería favorita, ‘Ekim’, donde engullimos sin complejos unos miles de calorías con un par de refrescos. Como siempre sucede en estos casos, Tim se puso a rebuscar en la mochila y encontró una cámara de repuesto para la bici ...

Aquí puedes ver mapas de la ruta que seguimos.



Texto de Wade Wallace | Fotos de Tim Bardsley-Smith