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No tengo muy claro qué es lo que esperaba encontrarme en Lesoto, pero lo que no me imaginaba era que aquí fuera tan conocida la pasta Marmite. Un día, cuando nos sentamos a desayunar, descubrí varios tarros de Marmite, una pasta negra y pegajosa que se unta en las tostadas. Y la pasta Marmite es lo más británico que hay. Tiene un gusto muy fuerte, un sabor ridículamente salado para poder ser del agrado de los canadienses, como Kevin Landry, o de los suizos como Claudio Caluori, o de la mayor parte de la población del planeta. Posiblemente sea el producto menos exportado de Gran Bretaña. Es difícil encontrarla fuera de Reino Unido, pero en Lesoto parece que les gusta hacer acopio de existencias.



Lesoto es un país pequeñito enclavado en Suráfrica que fue protectorado británico durante 98 años. De ahí viene la conexión con la crema Marmite. En el siglo XIX, los británicos ayudaron a las tribus de Soto a protegerse frente a la expansión territorial de los colonos boers, y mantuvieron la presencia colonial en este país hasta que Lesoto finalmente se independizó en 1966.

Pero lo mismo que desconocías la relación existente entre Lesoto y la pasta Marmite, seguro que tampoco sabías que este país ofrece varias de las mejores rutas de ciclismo de montaña del mundo. En pocas palabras: Lesoto prácticamente no recibe turismo extranjero, y fuera del país son pocos los que conocen estos caminos, al menos hasta ahora.



Llegué a Lesoto en abril, acompañado de Kevin y Claudio para hacer una travesía por las montañas del Sur, una ocurrencia que tuvieron Christian Schmidt y Darol Howes, dos ciclistas de montaña de la zona que organizan la carrera Lesotho Sky XC. Querían mostrarnos su precioso país y ponerlo en el mapa de destinos para ciclismo de montaña. Habían preparado una ruta de 180 kilómetros por montañas indómitas y aldeas perdidas con la única conexión de caminos de herradura. Nadie había hecho esta ruta de punta a punta anteriormente, y para asegurarnos de que llegábamos hasta el final, encargamos a Tobi Steinigeweg y a Max Stolarow de HaveAGoodOne que grabaran nuestra aventura.

En Lesoto hay pocas carreteras, especialmente en las montañas del interior. Pero lo que pierden en ventas los concesionarios de coches se convierte en una magnífica ventaja para los ciclistas de montaña. Aquí, el medio de transporte más habitual es el caballo, y tras un siglo de cultura equina, existe todo un legado de senderos que cruzan las montañas de una aldea a otra. Nuestra aventura de 6 días recorrió estos caminos de herradura, siempre en compañía de un jinete que nos guiaba: Leputhing ‘Isaac’ Molapo. Isaac tiene 22 años y es el más joven de una larga estirpe de jinetes.


Llegamos al punto de partida gracias a Mission Aviation Fellowship, que se apañaron para meternos a nosotros y a nuestras bicis en su Cessna de cuatro asientos en un vuelo de corta distancia desde el aeródromo de Semonkong. Nuestros pilotos Matt Monson y Justin Honaker estuvieron encantados de ayudarnos a llegar a un lugar espectacular, y de contribuir a difundir por todo el mundo el turismo de ciclismo de montaña en Lesoto. Es un país pobre, y el turismo puede contribuir muchísimo a mejorar la vida en muchas aldeas. Nuestros pilotos volaron bajo por encima de las cataratas de Maletsunyane, posiblemente la única atracción turística conocida de Lesoto, antes de tomar tierra en Semonkong y desayunar con Marmite.


Luego recorrimos la zona de las cataratas que habíamos visto desde el aire, antes de partir de Semonkong al día siguiente, ilusionados por la aventura y con la ansiedad habitual de montar por territorios desconocidos. Nos esperaban innumerables ascensos y descensos por senderos de tierra y la sensación única de practicar auténtico ciclismo de montaña. Esto no tiene nada que ver con las pistas de descenso peraltadas o los bike parks que tenemos en el Norte, sino que es una aventura entre montañas.


Nuestro jinete Isaac no tuvo ningún problema en guiarnos por collados de alta montaña y descensos vertiginosos, empujando a pie la bicicleta por las zonas más rocosas y cruzando ríos de montaña antes de afrontar, cómo no, el inevitable ascenso que nos esperaba al otro lado antes de llegar a nuestro alojamiento para la noche.



Nos cayeron un par de tormentas fuera de temporada, todo un desafío que no esperábamos, pero que nos hizo apreciar aun más las noches que pasamos en refugios de lujo. Otras noches plantamos tiendas de campaña o nos alojamos en postas de correos antiguas y cenamos lo que nos prepararon los lugareños en cocinas improvisadas.



Estos seis días son de las vivencias más bonitas que hemos tenido en nuestra vida, una mezcla de ciclismo de montaña en estado puro y relaciones culturales con los lugareños. Hemos recorrido caminos con tramos muy técnicos y perfectamente ciclables en otros, y al cabo de seis días nos sentíamos cansados y sucios, pero muy felices.



Hemos vivido los caminos de herradura y la hospitalidad de Lesoto, nos han acogido en sus casas como si fuéramos de la familia. Y además hemos hecho amigos: uno de ellos se llama Isaac.



Hay muy poca gente, si es que ha habido algún valiente, que haya montado en bici por estos caminos antes que nosotros, pero estamos seguros de que a partir de ahora serán muchos los ciclistas dispuestos a seguir la huella de los legendarios jinetes de Lesoto. Es posible que te acompañe Isaac, o no, pero para recorrer en bicicleta estos centenarios caminos de herradura entre montañas agrestes y salvajes la única opción es seguir a un jinete a caballo.

Si quieres hacer esta ruta, mira aquí.


Texto/Fotos : Dan Milner
Vídeo : Haveagoodone