Tras devorar la mitad de la comida que llevaba, empecé un descenso que, como sospechaba, era bastante rápido. Cruzamos una finca privada y las vistas eran cada vez mejores. La panorámica de la cordillera de Cairngorn era perfecta: tenía un ojo puesto en las vistas y el otro en el camino, y tras saltar por numerosas rejillas de desagües volvimos a meternos en un bosque, seguido de un tramo rápido de asfalto.
La ruta incluía un punto destacado en la comunidad de Komoot, un camino precioso que cruzaba un bosque de pino caledonio, y no nos decepcionó. Remontamos junto a un río y decidimos tomar un desvío por una carretera de una finca privada que llega un poco más alto hasta Garbh Allt, unas cataratas impresionantes. El puente que las cruzaba era muy bonito, de la época victoriana. Era el lugar perfecto para detenernos un rato, rellenar el agua y, para los valientes, también para darse un chapuzón, pero la verdad es que no me apetecía mojarme la badana cuando todavía quedaba la mitad de la ruta.