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Al bajar del avión y volver a suelo australiano a finales de marzo percibí que me recibían con una calma preocupante. Volvía de la Copa del Mundo de Portugal, que acababa de cancelarse en un ambiente de pánico y tensión evidente, pero la situación parecía completamente diferente cuando desembarqué en Sídney.

Tenía la sensación de vivir en otro mundo, como si viviera dos semanas por delante en el futuro y hubiera visto antes que nadie lo que se venía encima.

Era como estar en el Titanic mientras se acercaba el iceberg y lo único que podía hacer era esperar a que se produjera el choque.



Ya estaba siendo un año especial para mí. Después de meses de entrenamiento, había decidido ponerme las pilas y lanzarme a por un objetivo que quería desde siempre. Me mudé de casa, repartí mis pertenencias entre varios familiares que pudieran cuidarlas, fue mucho trabajo, pero merecía la pena si quería entrenar en las mejores condiciones junto a otros riders como Jack Moir.

De repente, y sin pensarlo, todo quedaba en el aire y me costó trabajo asumirlo, me hacía muchas preguntas, pero sobre todo me preguntaba “¿y ahora qué?”

Era como si me obligaran a una jubilación forzosa sin tener claro cuándo iba a poder volver a la actividad, y además tenía la sensación de haber perdido mi identidad.

Por mucho que intentara sacudírmelo de encima y recuperar la euforia que sentía antes de ir a Portugal, no había manera.

Por eso, cuando volví a Australia, decidí irme de mi nueva zona de entrenamiento en Newcastle y volver a casa a Victoria para rodearme de la familia e intentar comprender todo lo que estaba pasando.


Cuando volví a casa seguía en un mar de dudas y con la cabeza llena de preguntas. “¿Qué va a suceder ahora? ¿Dónde voy a vivir? ¿Cuánto va a durar todo esto?”

Vivía en un estado de miedo constante y eso me impedía ser feliz y me cambiaba el carácter.

Sabía que tenía que cambiar completamente de mentalidad y de perspectiva de la situación, así que hice lo que todo el mundo debería hacer en una situación así: decidí centrarme en las cosas que tenía bajo mi control y que me hacían feliz, y al mismo tiempo dejar fuera todo lo que me afectara negativamente.

Al día siguiente de volver a casa desde Europa, cargué la furgoneta con comida y suministros para una semana, borré todas las apps de redes sociales y puse rumbo a un lugar que ocupa un lugar muy especial en mi corazón: Mt. Buffalo.



Cuando llegué a las montañas, mi estado de ánimo empezó a mejorar casi al instante, como si se hubiera acallado todo el ruido que me rodeaba y el grito de pánico desesperado se hubiera transformado en un suave susurro de esperanza.

Era casi como si de repente hubiera bajado el volumen de todas las fuerzas externas negativas que se proyectaban sobre mí y tuviera tiempo y claridad de ideas para detenerme, respirar y hacerme una composición de lugar con las nuevas oportunidades que acababan de surgir.

No pensaba que este cambio de actitud fuera a evolucionar tan rápido, pero por suerte así fue; en lugar de pensar que había perdido algo, pasé a percibir que había ganado mucho. Centrarte en todo lo positivo y deshacerte de todas las emociones negativas puede cambiarlo todo en la mente.



Transcurrida una semana de aislamiento completo y reflexión, surgió una oportunidad nueva para mudarme a otra vivienda con un nuevo compañero de casa: el lugar era Falls Creek y el amigo era Joe McDonald.

Aunque Joe y yo nos conocíamos bastante bien, probablemente no estuviéramos preparados para pasar dos meses y medio de aislamiento estricto juntos…todavía.

Lo que sucedió durante esos dos meses y medio solo puede describirse como una experiencia que me cambió la vida para mejor. Transformamos un tiempo de incertidumbre y miedo en uno de los mejores momentos de nuestras vidas.

Desde explorar lugares indómitos a conocer personas con nuestra misma mentalidad: todo se había puesto de nuestra parte para afrontar lo que nos venía encima.


Durante este tiempo tuve la suerte de volver a ver a un viejo amigo, Jarryd Sinclair. Desde hacía ya años compartíamos amigos pero no teníamos una relación especialmente estrecha: sabía que él ahora se movía en el mundo de la imagen y él sabía que yo competía a gran nivel, así que me propuso colaborar en un proyecto de grabación.

Había visto algunas creaciones de Jarryd y sabía a qué nivel trabajaba; no me lo pensé dos veces, y empezamos a hacer planes.

Además de conocer a Jarryd tuve la oportunidad de conocer a través de otros amigos a Riley Mathews, un esquiador de Falls Creek que suele viajar en busca del invierno igual que yo viajo buscando el verano.

Viendo que en ese momento no era posible viajar, decidió dedicarse a la parte de fotografía y decidimos formar equipo con él.



Una vez formado el equipo y con el proyecto de grabar con tres bicicletas diferentes de SCOTT en tres lugares completamente diferentes separados entre sí por decenas de kilómetros, había llegado el momento de ponerse mano a la obra: ¿por dónde empezaríamos?

Estaba claro: había que volver al lugar adonde me llevó esta extraña sucesión de circunstancias, Mt. Buffalo.

Cuando llegamos me acordaba del comienzo de la pandemia y de cómo ha cambiado todo desde entonces, de no saber lo que se nos venía encima, la sensación de andar perdido y ahora lanzarme a fondo a mi primer proyecto de grabación al lado de dos seres humanos excepcionales. ¡Era surrealismo puro!

Íbamos a empezar a grabar con la SCOTT Addict RC, una de las bicicletas de carretera más bonitas que he visto en mi vida, y que ahora tenía ocasión de montar.



Durante la grabación jugamos con diferentes métodos e ideas nuevas para conseguir las mejores imágenes hasta que descubrimos que teníamos un as en la manga; atamos a Jarryd al portalón trasero de la furgoneta con ayuda de un arnés de kite surf y un estabilizador de imagen, Riley se puso al volante y conseguimos rodar unas de las tomas más suaves que he visto rodando en paralelo a la bicicleta.

Cuando vimos el resultado, la grabación no parecía real, parecían imágenes de videojuego o grabadas con un equipo de altísimo presupuesto: ¡no estaba nada mal para haberlas grabado con una furgoneta!

Cuanto terminamos de grabar decidimos acampar en la cumbre de Mt. Buffalo, y como estábamos en un semiconfinamiento, tuvimos la cima para nosotros solos, un ambiente de paz perfecta en el aire fresco y suave de la montaña que nos permitió disfrutar del atardecer tras un día de trabajo estupendo.



Con la sensación de que casi no había terminado de ponerse el sol, nos pusimos en marcha a las 4 de la madrugada para llegar al punto más alto de la cumbre y capturar esa luz dorada y mágica que fascina a cualquier director de cine.

Una vez rodadas las imágenes que buscábamos, Jarryd y Riley estaban encantados porque sabían que ahora tocaba rodar el descenso.

Un corto viaje en coche nos separaba de Mt. Buffalo “con su paisaje de Parque Jurásico” y el escenario de la nueva grabación, Mt. Mystic, encima de la localidad turística de Bright. Saqué mi nueva SCOTT Gambler de la furgoneta con una sonrisa en el rostro: era mi primer descenso desde hacía meses, estrenaba bicicleta y sentía una mezcla de emoción y nervios.

Competir y grabar se parecen mucho, aunque cuando grabas solo tienes que ir rápido 10 segundos en lugar de 3 minutos. Eso sí, esos 10 segundos tienen que ser perfectos, y como dispones de poco tiempo, la presión es igual de intensa.



Mientras le daba a los pedales antes de lanzarme a la primera toma de descenso, me invadían las dudas y la emoción. Me hacía mucha ilusión, pero no las tenía todas conmigo porque llevaba mucho tiempo sin rodar y no había montado nunca esta bicicleta. Me alejé 50 metros de la cámara, tomé aire y esperé a que me llamaran. Jarryd me avisó de que todo estaba listo y me lancé al descenso entre rocas hasta pasar por delante de los chicos.

Cuando me detuve, se acabaron los nervios y las dudas. Me sentía estupendo y fuerte, y además, al ver la reacción de asombro de los compañeros de grabación que nunca antes me habían visto en un descenso, me animé a ir a por todas.


El día transcurrió estupendamente, las horas pasaban como si fueran minutos y ni nos acordamos de comer a pesar de que llevábamos horas sin tomar nada y además trabajando duro.

Habíamos llegado a un punto de coordinación estupendo en el equipo, y estábamos tan concentrados que no prestábamos atención a otras cosas que normalmente nos importarían.

En mi opinión, en esos momentos es importante detenerse y reflexionar sobre lo que está pasando justo en ese instante, y darte cuenta de que estás haciendo realidad algo que una vez pudo parecer un sueño imposible y ahora es tu realidad cotidiana.



En esos momentos es importante no perder la humildad.

Teníamos en el saco otro día de grabación; ya solo quedaba una última bicicleta que probar en otro lugar de rodaje.

Al día siguiente tocaba otro madrugón para llegar a lo alto de Falls Creek antes de la salida del sol.

Llegamos a la cumbre antes que el sol, pero el precio que tuvimos que pagar fue aguantar un viento gélido que cortaba como un cuchillo japonés.


Nos resguardamos todos en la furgoneta para ver qué opciones teníamos y qué podíamos hacer teniendo en cuenta la fuerza del viento y la falta de visibilidad. Decidimos empezar un poco más abajo, con la esperanza de que las colinas circundantes nos protegieran un poco del azote del viento. Una vez resguardados del viento y la niebla, las cosas se veían de otra manera; ese viento que nos impedía trabajar ahora se convertía en nuestro aliado y la niebla se había transformado a unos cientos de metros, y los chicos estaban encantados.

Aprovechamos la niebla en el paisaje desolado para capturar unas escenas de película impresionantes. Una vez que la niebla empezó a abrirse y se acercaba el mediodía, decidimos que era el momento de una siesta rápida para recuperar energías, pero la siesta rápida se transformó en 3 horas de sueño en la hierba a pleno sol. Estaba claro que a esas alturas andábamos ya bastante cansados.



Nos despertamos algo adormilados y poco a poco fuimos recuperándonos para los toques finales.

Subimos a Mt. Mackay, desde donde se ven kilómetros y kilómetros de paisaje del valle de Kiewa y todos los lugares en los que habíamos grabado. Mt. Buffalo, Mystic y Falls Creek se veían plácidamente en el horizonte mientras hacíamos las últimas tomas de este proyecto alucinante.



En esta ocasión, la idea de “¿y ahora qué?” tuvo una excelente acogida y me hizo mucha ilusión. Había tenido tiempo para reflexionar, ver qué es lo que de verdad me importa y recuperar la motivación para hacerlo posible.

Ahora que ya estamos en 2021 tengo la sensación de que voy cabalgando una ola que lleva el ímpetu de todo lo que me ha pasado en los últimos 10 años: las cosas buenas, las malas, los altibajos, las caídas, los éxitos, las personas, los lugares y las culturas que me han acompañado en mi viaje me han llevado al lugar en el que me encuentro hoy.

¿Y ahora qué?

Hacer todo lo que sea humanamente posible para hacer realidad mi sueño y ser el mejor del mundo cuando compita con la bicicleta, y con ello servir de inspiración para que otras personas hagan lo mismo.


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